Lunes, 7. Diciembre/53
Esta noche: ataques de asfixia, a pesar del ventilador y los ojos de buey abiertos de par en par, me siguen sacando a cubierta y los aguaceros me llevan de vuelta al infierno. Un horrible vapor grisáceo (adaptado libremente de Richard Wagner) surge y vierte interminables masas de agua, apagando las estrellas. Pero es terrible ahí dentro. ¡Ni una sola prenda que pudiera quitarme! Estoy, con permiso para decirlo, frente a nada. ¡Oh Adán, no puedo arrojar ni una hoja de parra! - ¡Salve, joven mañana! Un suave sureste refresca nuestras mejillas ardientes. Los alisios del sureste se han impuesto ahora y nos seguirán acompañando durante días.
El barco sube y baja con ligero movimiento. De esta
manera habríamos llegado a un estado casi completamente satisfactorio si los
dioses (¿o quizás el mando de la nave?) no hubieran decidido lo contrario. Para
decirlo con sobriedad y sin rodeos: el resto es golpeado, en parte con
instrumentos asesinos que suenan como el "dentista", solo amplificado
mil veces. Entonces me doy cuenta con resignación que incluso en la inmensidad
del mar no hay cura para los nervios enojados. "Déjame mundo, déjame ser
---- (¡o mejor déjalo ser!)
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